Madrugón sobre las 6:30 y nuestras camas (que no eran literas, sino camas bajas), no tenían luz individual. Menos mal que estaba amaneciendo y algún peregrino ya se estaba levantado con su luz encendida. Por eso pudimos recoger los trastos y hacer las mochilas para estar listos sobre las 7 horas.

Nos dirigimos a la parada del autobús donde ya había gente esperando, aunque faltaba media hora y, como había un bar abierto, nos metimos a desayunar.

Vimos que la cola del autobús iba en aumento por lo que nos acercamos; también venía gente de otras partes del pueblo, por lo que hubo que poner un poquito de orden para que los primeros entrasen los primeros, no sea que no cupiésemos todos en el autobús y alguien se tuviese que quedar en Muxía.

Poco después de las 7:30 llegó el autobús y menos mal que sobraron tres o cuatro plazas. Con numerosas paradas y un trayecto de algo más de hora y media llegamos a Santiago, con la sorpresa de que tenía una parada en la estación de RENFE, por lo que sin pensarlo mucho nos bajamos directamente allí.

Preguntamos en la estación que si tenían consigna para dejar las mochilas y nos dijeron que no; que en la calle Hórreo había algún hotel que sí que disponía de ella. Enfilamos calle Hórreo arriba y al llegar al hotel Hórreo nos dijeron que sí que podíamos dejar allí las mochilas, al precio de 3 euros cada una.

A partir de aquí, libres de las molestas mochilas, nos fuimos a dar una buena vuelta por Santiago; en primer lugar, a la alameda que rodeamos completamente y, por supuesto, saludamos a las Marías.

Volvimos hacia la Catedral para ver si había menos cola en el abrazo al Santo, pero era imposible, había tanta o más gente que la semana anterior.

La catedral está interiormente en obras, cubierta de plástico, no hay culto y lo único que se permite es entrar al abrazo al Santo, visitar el sepulcro y salir por la tienda de recuerdos.

A continuación, nos fuimos hasta la iglesia de San Francisco que visitamos en su interior. Después nos fuimos hasta la plaza Fonseca y nos sentamos en una terraza. Allí se reúnen los pedigüeños y pedigüeñas de la Catedral y de las iglesias cuando cambian de turno; se les quita la cara de pena, se toman un café o una cerveza, intercambian opiniones y hasta que llegue el siguiente turno.

A ratos parece que chispeaba por lo que nos fuimos colocando debajo de las sombrillas y aunque no hacía mucho frío sí que el ambiente era fresco.

Después decidimos irnos hasta el Gato Negro a tomar unos berberechos. Nos hicimos un pequeño hueco en la barra y como era en torno a la 1:15 le preguntamos al jefe que si en media hora nos daba de comer dentro. Nos contesta que en ese momento tiene una mesa, pero dentro de 5 minutos no lo sabe, o sea que si queremos comer lo mejor es que nos sentemos. Así lo hicimos con las tazas de vino recién puestas en la barra que nos llevamos a la mesa.

Nos comimos unos berberechos, unos mejillones, porque Primi el día anterior casi no los había probado en Muxía y, de plato principal, una centolla, que por cierto estaba excelente.

Y así fuimos haciendo tiempo hasta cerca de las 3 de la tarde, Después decidimos ir a por las mochilas e irnos acercando hacia la estación. Nuestro tren salía a las 5 de la tarde con parada en Ourense, dónde teníamos que hacer transbordo para coger el que venía hacia Madrid.

El tren tardaba en venir, y cuando llegó a la estación se quedó parado un buen rato sin abrir las puertas. Por fin nos colocamos en nuestros asientos y poco antes de salir dijeron por los altavoces que debido a un problema técnico teníamos 50 minutos de retraso.

Al final salimos de Ourense cerca de las 7 de la tarde y, llegamos a Segovia cerca de las 11 de la noche, con más de media hora de retraso, por lo que nos correspondió una indemnización del 50% del coste del billete.