Después de desayunar en una cafetería de la plaza del pueblo donde había
mercado comenzaron la marcha. Aquel día harían menos kilómetros que los
anteriores aunque las fuerzas estaban ya bastante disminuídas. Michel
había decidido ponerse sus botas de montaña ya que sus zapatillas aún se
encontraban completamente empapadas. Preocupado con su tobillo caminaba
cojeando despacio.
Portomarín: Iglesia de San Nicolás
Listos para partir ...
Cruzando el río por un estrecho puente metálico, tomaron el empinado
camino que poco después les llevaría hasta la preciosa aldea de Gonzar y
luego a la de Castromaior.
Descanso ...
La vereda, formada por interminables rectas, corría en muchos de sus
tramos paralela a la carretera. La mañana era espléndida. El sol les
hacía sudar copiosamente. Jesús y Marino, animados por divertidas
marchas militares que Marino cantaba a pleno pulmón, pronto tomaron la
delantera, seguidos de cerca por Angel Herrero que,a pesar de su marcada
cojera, no perdía ritmo. Michel y Angel Rodríguez se fueron rezagando
mientras tomaban algunas fotos.
Michel ...
Angel, con su elegante sombrero de Tijuana
Crucero de Lameiros. Angel ...
Crucero de Lameiros. Michel ...
Despacio, con algunos merecidos descansos, disfrutando de la agradable y
soleada mañana, fueron dejando atrás el Hospital de la Cruz, Ventas de
Narón (donde hicieron un alto para reponer fuerzas a base de pulpo y
cervezas), Ligonde, el famoso cruceiro de Lameiros, hasta que por fín se
detuvieron a comer en un restaurante donde les esperaban los tres amigos
adelantados.
Calcetines impares ...
Una fuerte lluvia con aparato eléctrico les sorprendió sentados en la
terraza del bar, mientras efectuaban una nueva I.T.V., obligándoles a
pasar al interior. Mientras, después de finalizar con apetito sus
tremendos bocadillos, tomaban su querido "elixir", llegaron Juan y
Eduardo, a quienes invitaron a probar los orujos. Poco después, cuando
la lluvia había aflojado un poco, continuaron, enfundados en sus
impermeables, hacia Palas de Rei. Eduardo y Juan les seguirían poco
tiempo después.
Jesús en la puerta del bar
Michel y Marino ... impermeabilizados
El refugio de Palas de Rei se componía de varios pisos. Cuando Angel
Rodríguez y Michel llegaron, ya sus otros tres amigos estaban acoplados
en sus literas en el último piso. Al verse sólos en la sala comentaron
divertidos que aquella noche no molestarían a nadie con sus ronquidos.
Después de unas reconfortantes duchas salieron con intención de cenar
algo mientras veían el partido de la final de la Copa de Europa. El
camarero del restaurante no sabía cómo conectar con el canal donde
transmitirían el partido por lo que Angel Rodríguez, experto en estas
ciencias, se ofreció a ayudarle. Mientras tanto Marino se había quedado
en el refugio lavando sus camisetas en una lavadora automática,
oponiéndose enérgiamente a "hacerle la colada" a Jesús y, por supuesto,
a lavarle las playeras a Michel.
Poco a poco el restaurante fue llenándose de gente. Pilar, Poly, Juan,
Eduardo, los tres simpáticos alemanes, el francés a quien los amigos
apodaban "Anelka", y mucha gente del propio pueblo.
El partido entre el Real Madrid y el Bayer de Munich dió comienzo
mientras Eduardo comentaba a Michel que no le gustaba mucho Redondo, su
paisano, a lo que Michel le respondía que para él Redondo era el mejor.
Cuando el Real Madrid consiguió su gol por medio de Anelka, los gritos
de alegría fueron emocionantes. Los alemanes sonreían un poco apenados
mientras todos los demás, incluído "Anelka" brindaban para celebrarlo.
Después de finalizado el partido regresaron al refugio, no sin antes
hacer una llamada a Miguel Angel Marqués para comentar las incidencias
del camino, las perfectas condiciones climatológicas contratadas (él es
quien se encarga normalmente de estas contrataciones), y otros detalles
que no vienen al caso.
Michel, aún con sus zapatillas empapadas, había preguntado si en
alguno de los pisos habían visto un radiador con el fín de ponerlas a
secar. Pilar le había comentado que en el suyo había uno por lo que,
acompañado por Angel Rodríguez, bajaron a colocarlas sobre él. Poco
tiempo después caían rendidos, aunque muy satisfechos, en sus literas.
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