Cuando Michel, acompañado por María Victoria, llegaba a la Estación de
Autobuses de Segovia cargado con su espléndida y pesada mochila ya le
esperaban allí sus amigos y compañeros de viaje. Allí estaban también
su hija en compañía de su amigo Carlos. El autobús que les llevaría
hasta Valladolid saldría en pocos minutos. Angel Herrero había ya
adquirido los billetes.
Había salido del trabajo con el tiempo justo para, una vez recogida
su mochila, acercarse a la Estación. Después de una rápida despedida,
cargado con un bocadillo de tortilla, naranja y cerveza incluída,
subió tras sus compañeros al autobús que, justo a las 15:00 horas,
arrancó alejándose despacio por las calles de la ciudad con dirección
a Valladolid.
El tan esperado viaje, por fín, había comenzado.
La tarde se presentaba clara y soleada. Sin hacer demasiado caso del
sofocante calor existente en el interior del autobús, convencidos de
la inutilidad de los equipos de refrigeración, centraron su atención
en los detalles de algunos perfiles del terreno por el que deberían
caminar los próximos días. Tanto Marino como Angel Rodríguez habían
ya realizado el Camino el pasado año por lo que conocían,con bastante
exactitud, los posibles inconvenientes que habrían de encontrar.
A veces enfrascados en la conversación, a veces adormecidos por el
calor y lo apropiado de la hora del día para aquellos acostumbrados a
la siesta diaria, llegaron a Valladolid.
Después del tiempo justo para unas cervezas, tomaron un nuevo autobús
esta vez con dirección a Ponferrada (León). El viaje, amenizado por
una de esas películas tan malas que Angel Rodríguez no entiende cómo
pueden tener un mínimo de éxito, transcurrió sin incidencias. Más de
uno cayó irremediablemente en los brazos de Morfeo por largo tiempo.
En Ponferrada deberían tomar un nuevo autobús que, por fín, les
llevaría hasta su destino: Villafranca del Bierzo.
Mientras esperaban la salida de éste último, curiosos por el elevado
volumen de las mochilas, las pesaron en una báscula que se encontraba
en la misma Estación. Las diferencias eran enormes. Mientras que las
de Michel y Angel Rodríguez superaban los 15 Kg, la de Angel Herrero
no llegaba a los 9 Kg, lo que significaba que alguno debería llevar
diariamente un peso superior al de otros en un 40%. Asustado, sin
comentario alguno, Michel se prometió a sí mismo poner más atención
la próxima vez.
El conductor era sumamente agradable. Les habló del famoso vino del
Bierzo, del tiempo lluvioso de Galicia y de la, tan temida, subida a
O Cebreiro. Michel, inquieto por esta subida y el peso de su mochila,
le preguntó si él llegaría hasta O Cebreiro con su autobús para así
irse con él y evitarse esa larga y tan temida caminata. Divertido por
la broma el conductor les aclaró que él no pasaría de Villafranca.
Una vez se despidieron del amable conductor ya en el pueblo,los cinco
amigos tomaron sus respectivas mochilas y se dirigieron por empinadas
cuestas hasta el Albergue de Jato, donde pensaban conseguir las
credenciales para el camino.
Villafranca del Bierzo
Iglesia de Santiago: Portada del Perdón
Albergue de Jato
Después de subir empinadas calles empedradas con bonitas piedras de
pizarra, Angel Rodríguez, dejando su mochila en el suelo, se dirigió
al Albergue de Jato con intención de pedir las credenciales para el
grupo además de otras para amigos suyos de la Asociación Segoviana
de Amigos del Camino de Santiago que le habían encargado.
El Albergue de Jato está autorizado para extender este tipo de
credenciales que, una vez selladas en los diferentes pueblos de paso
dan fé y justifican la obtención de la "Compostelana".
Cuando Angel hubo encargado los papeles, mientras se los preparaban,
el grupo se dirigió al cercano Albergue Municipal de Peregrinos para
intentar obtener un lugar donde pasar la noche. Después, regresarían
a recoger las credenciales.
Albergue Municipal de Peregrinos
La muchacha, quizás leonesa pero con un marcado e inconfundible deje
gallego, les atendió con simpatía. Después de preguntarles la edad y
los nombres y anotarlos en un libro de peregrinos les acompañó a las
habitaciones. El albergue, nuevo y acogedor, situado en plena falda
de la montaña, se dividía en varias habitaciones cada una con, al
menos, cuatro dobles literas. Pronto les acopló en una de ellas
ocupada por tres mujeres que, a pesar de lo temprano de la hora e
introducidas ya en sus sacos, se disponían a dormir ocupando tres
de las literas bajas. Poco tiempo después sabrían que dos de ellas
eran suizas y la otra alemana.
Michel intentó hablar con ellas en inglés explicándolas que ellos se
irían a cenar algo por ahí y que procurarían no hacer ruído a su
regreso. Ellas estuvieron de acuerdo y ellos, una vez prepararon sus
sacos de dormir en las correspondientes literas, salieron a buscar un
lugar donde poder cenar.
Mientras bajaban por empinadas calles en reconstrucción repletas de
barro comentaban su reciente e inolvidable viaje a las montañas de
Suiza. Algún día volverían a recorrer, esta vez, sus lagos.
Al pasar de nuevo por el Albergue de Jato entraron a buscar las
credenciales que aún no estaban terminadas. Mientras esperaban,
observaron divertidos, junto a un numeroso grupo de peregrinos, cómo
una especie de brujo o chamán recitaba los famosos conjuros gallegos
ante una "queimada" en la habitación que, alumbrada tan sólo por las
llamas del fuego, producía un ambiente fantasmagórico. En aquella
semioscuridad pudieron distinguir, muy sorprendidos, a una muchacha
que destacaba del resto del grupo por su tremenda altura.Días después
sabrían que medía 1,96 cms. y que procedía de Eslovenia.
El restaurante Ribadeo era sencillo pero acogedor. Ana, una muchacha
sumamente agradable y simpática con marcado acento gallego y, por
cierto, muy bonita, les atendió con amabilidad. Después de un par de
excelentes "elixires del Santo", recordando a aquella otra muchacha
que hacía ya mucho tiempo habían conocido en Oseja de Sajambre y que
tantos divertidos comentarios les había proporcionado junto a Miguel
Angel Marqués, regresaron al refugio.
Sin hacer demasiado ruido, cada cual se metió como pudo en su litera,
no sin esfuerzo, pues, exceptuando a Marino, los demás tuvieron que
subir a las literas de arriba procurando no molestar a las mujeres ya
completamente dormidas.
Cansados por el intenso y ajetreado día, inquietos algunos por la
pintoresca situación, pronto quedaron profundamente dormidos.
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