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Viernes, 5 de Mayo de 2.000
De Segovia a Villafranca del Bierzo



Cuando Michel, acompañado por María Victoria, llegaba a la Estación de Autobuses de Segovia cargado con su espléndida y pesada mochila ya le esperaban allí sus amigos y compañeros de viaje. Allí estaban también su hija en compañía de su amigo Carlos. El autobús que les llevaría hasta Valladolid saldría en pocos minutos. Angel Herrero había ya adquirido los billetes.

Había salido del trabajo con el tiempo justo para, una vez recogida su mochila, acercarse a la Estación. Después de una rápida despedida, cargado con un bocadillo de tortilla, naranja y cerveza incluída, subió tras sus compañeros al autobús que, justo a las 15:00 horas, arrancó alejándose despacio por las calles de la ciudad con dirección a Valladolid.

El tan esperado viaje, por fín, había comenzado.

La tarde se presentaba clara y soleada. Sin hacer demasiado caso del sofocante calor existente en el interior del autobús, convencidos de la inutilidad de los equipos de refrigeración, centraron su atención en los detalles de algunos perfiles del terreno por el que deberían caminar los próximos días. Tanto Marino como Angel Rodríguez habían ya realizado el Camino el pasado año por lo que conocían,con bastante exactitud, los posibles inconvenientes que habrían de encontrar.

A veces enfrascados en la conversación, a veces adormecidos por el calor y lo apropiado de la hora del día para aquellos acostumbrados a la siesta diaria, llegaron a Valladolid.

Después del tiempo justo para unas cervezas, tomaron un nuevo autobús esta vez con dirección a Ponferrada (León). El viaje, amenizado por una de esas películas tan malas que Angel Rodríguez no entiende cómo pueden tener un mínimo de éxito, transcurrió sin incidencias. Más de uno cayó irremediablemente en los brazos de Morfeo por largo tiempo.

En Ponferrada deberían tomar un nuevo autobús que, por fín, les llevaría hasta su destino: Villafranca del Bierzo.

Mientras esperaban la salida de éste último, curiosos por el elevado volumen de las mochilas, las pesaron en una báscula que se encontraba en la misma Estación. Las diferencias eran enormes. Mientras que las de Michel y Angel Rodríguez superaban los 15 Kg, la de Angel Herrero no llegaba a los 9 Kg, lo que significaba que alguno debería llevar diariamente un peso superior al de otros en un 40%. Asustado, sin comentario alguno, Michel se prometió a sí mismo poner más atención la próxima vez.

El conductor era sumamente agradable. Les habló del famoso vino del Bierzo, del tiempo lluvioso de Galicia y de la, tan temida, subida a O Cebreiro. Michel, inquieto por esta subida y el peso de su mochila, le preguntó si él llegaría hasta O Cebreiro con su autobús para así irse con él y evitarse esa larga y tan temida caminata. Divertido por la broma el conductor les aclaró que él no pasaría de Villafranca.

Una vez se despidieron del amable conductor ya en el pueblo,los cinco amigos tomaron sus respectivas mochilas y se dirigieron por empinadas cuestas hasta el Albergue de Jato, donde pensaban conseguir las credenciales para el camino.


Villafranca del Bierzo

Iglesia de Santiago: Portada del Perdón


Albergue de Jato

Después de subir empinadas calles empedradas con bonitas piedras de pizarra, Angel Rodríguez, dejando su mochila en el suelo, se dirigió al Albergue de Jato con intención de pedir las credenciales para el grupo además de otras para amigos suyos de la Asociación Segoviana de Amigos del Camino de Santiago que le habían encargado.

El Albergue de Jato está autorizado para extender este tipo de credenciales que, una vez selladas en los diferentes pueblos de paso dan fé y justifican la obtención de la "Compostelana".

Cuando Angel hubo encargado los papeles, mientras se los preparaban, el grupo se dirigió al cercano Albergue Municipal de Peregrinos para intentar obtener un lugar donde pasar la noche. Después, regresarían a recoger las credenciales.

Albergue Municipal de Peregrinos

La muchacha, quizás leonesa pero con un marcado e inconfundible deje gallego, les atendió con simpatía. Después de preguntarles la edad y los nombres y anotarlos en un libro de peregrinos les acompañó a las habitaciones. El albergue, nuevo y acogedor, situado en plena falda de la montaña, se dividía en varias habitaciones cada una con, al menos, cuatro dobles literas. Pronto les acopló en una de ellas ocupada por tres mujeres que, a pesar de lo temprano de la hora e introducidas ya en sus sacos, se disponían a dormir ocupando tres de las literas bajas. Poco tiempo después sabrían que dos de ellas eran suizas y la otra alemana.

Michel intentó hablar con ellas en inglés explicándolas que ellos se irían a cenar algo por ahí y que procurarían no hacer ruído a su regreso. Ellas estuvieron de acuerdo y ellos, una vez prepararon sus sacos de dormir en las correspondientes literas, salieron a buscar un lugar donde poder cenar.

Mientras bajaban por empinadas calles en reconstrucción repletas de barro comentaban su reciente e inolvidable viaje a las montañas de Suiza. Algún día volverían a recorrer, esta vez, sus lagos.

Al pasar de nuevo por el Albergue de Jato entraron a buscar las credenciales que aún no estaban terminadas. Mientras esperaban, observaron divertidos, junto a un numeroso grupo de peregrinos, cómo una especie de brujo o chamán recitaba los famosos conjuros gallegos ante una "queimada" en la habitación que, alumbrada tan sólo por las llamas del fuego, producía un ambiente fantasmagórico. En aquella semioscuridad pudieron distinguir, muy sorprendidos, a una muchacha que destacaba del resto del grupo por su tremenda altura.Días después sabrían que medía 1,96 cms. y que procedía de Eslovenia.

El restaurante Ribadeo era sencillo pero acogedor. Ana, una muchacha sumamente agradable y simpática con marcado acento gallego y, por cierto, muy bonita, les atendió con amabilidad. Después de un par de excelentes "elixires del Santo", recordando a aquella otra muchacha que hacía ya mucho tiempo habían conocido en Oseja de Sajambre y que tantos divertidos comentarios les había proporcionado junto a Miguel Angel Marqués, regresaron al refugio.

Sin hacer demasiado ruido, cada cual se metió como pudo en su litera, no sin esfuerzo, pues, exceptuando a Marino, los demás tuvieron que subir a las literas de arriba procurando no molestar a las mujeres ya completamente dormidas.

Cansados por el intenso y ajetreado día, inquietos algunos por la pintoresca situación, pronto quedaron profundamente dormidos.