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Domingo, 7 de Mayo de 2.000
Desde O Cebreiro hasta el Monasterio de Samos - 30 Kms.



Ya el día anterior habían conocido en algún momento a varios jóvenes con los que coincidirían a menudo a lo largo de aquella semana.

Se trataba de Eduardo, simpático argentino a quien después conocerían como "el pibe", procedente de Buenos Aires y monitor de esquí en las montañas andorranas de Pas de la Casa, y Juan, otro joven agradable procedente de Torrevieja (Alicante), y que, al parecer, se habían conocido en el camino.

Al despertar, Michel se había encontrado con la mirada sonriente y burlona de Eduardo que, junto a Jesús, comentaban divertidos los grandes ronquidos de aquella noche. Ya la tarde anterior al preparar su litera, Jesús había comentado con Eduardo y con Juan la facilidad de ronquidos de Angel Rodríguez y Michel. En aquellos momentos le comentaba sonriente a Eduardo: "Te avisé ...". Tanto Angel Rodríguez y Michel como, en el fondo del refugio, Marino y Angel Herrero, habían dado un gran recital de ronquidos que probablemente nadie del refugio de aquella noche olvidaría.

Michel había encontrado su armónica y, tumbado en la litera, adormecido, entonaba una melodia ("el chico de la armónica"), al tiempo que Jesús comentaba divertido con Eduardo y con Juan, cuánto mejor habría sido si Michel hubiera dormido con su armónica en la boca.

Una vez preparados para la nueva etapa, salieron con sus mochilas dirigiéndose de nuevo al mesón de la noche anterior con intención de desayunar. Ya se encontraban allí Juan, Eduardo, Loli y Saray, la alemana, algún brasileño y un grupo de tres simpáticos alemanes, con quienes se encontrarían ya muchas veces a lo largo del camino.


Iglesia celta

Eran las 08:30 cuando, después de despedirse, pues serían los únicos que llegarían aquel día hasta el famoso Monasterio de Samos, subieron una corta aunque fuerte pendiente que, después de largas rectas de bajadas y suaves subidas, les llevarían hasta el Alto de San Roque, donde aprovecharían el encuentro con los tres ancianos alemanes para hacerse algunas fotos.


Alto de San Roque: Monumento al peregrino

No habían andado mucho cuando, desde atrás, los alemanes les hicieron señas indicando, a grandes voces, que alguien había olvidado su "umbrella". Fué Jesús quien se vió obligado a retroceder el camino andado para recoger su olvidado paraguas.

Contentos por la espléndida mañana, sin grandes esfuerzos continuaron hacia el Hospital da Condesa, donde Michel y Angel Rodríguez sellaron sus credenciales mientras Jesús, Angel Herrero y Marino continuaban sin detenerse la marcha hacia el ya cercano Alto do Poyo.


Fuente antes del Alto do Poyo


Descanso

Detenidos de nuevo en otra fuente, sintiendo un gran placer por poder desprenderse de sus pesadas mochilas durante algunos minutos, tomaron un merecido descanso. Marino y Jesús hacía ya tiempo que habían desaparecido en aquella ascensión al Alto do Poyo. Cuando los otros tres amigos decidieron continuar, Angel Herrero olvidaba su gorra de beisbol. El grupo de canadienses, con marcha cansina, se aproximaba en aquel momento hacia la fuente. Después de saludarlos, los tres amigos continuaron su camino.

En silencio, centrados en aquel gran esfuerzo, sudorosos por el calor, empapadas las camisetas por completo, finalizaron aquella infernal ascensión que, aunque en realidad no era demasiado larga, les pareció interminable por lo pronunciado de la cuesta. Arriba, en el Hostal de Santa María do Poyo, les esperaban Jesús y Marino. De nuevo aprovecharon para dejar a un lado sus mochilas y tomar unas merecidas cervezas.

Poco después reanudaban la marcha al mismo tiempo que el grupo de canadienses, agotados y sudorosos, finalizaban la ascensión y se quedaban descansando en el Hostal.

Un suave descenso les llevaría hasta Fonfría. Marino, Angel Rodríguez y Michel, detuvieron su marcha mientras observaban cómo unos ganaderos conducían un grupo de vacas acompañadas por un tremendo semental que intentaba furioso relacionarse sexualmente con una de ellas. Absortos, contemplando con curiosidad la insólita escena, vieron cómo de repente con un trote veloz, se les echaba encima una joven chotilla con, aparentemente, no muy buenas intenciones. Rápidamente, aunque con torpeza debido a las pesadas mochilas, intentaron sin lograrlo subirse a una valla de piedra para esquivarla. La chotilla dió media vuelta azuzada por los ganaderos y la cosa no pasó de ahí, excepto que Angel Rodríguez se había rozado una mano. El susto había sido tremendo.


Ganado vacuno

Casi diez kilómetros después, siguiendo caminos rodeados de hermosas praderas, separados de nuevo en la distancia, llegarían paulatinamente a O Biduezo, a cinco o seis kilómetros de Triacastela, donde pararían por fín, con intención de comer algo y efectuar una nueva I.T.V.


Praderas


Por aquel entonces, Michel, con gran preocupación, había ya detectado cómo su tobillo izquierdo se le íba hinchando paulatinamente, mientras que Angel Herrero comprobaba cómo su, al principio, pequeña rozadura en el dedo meñique de su pié, se había agrandado enormemente.

Aunque sólo tomaron algunas cervezas acompañadas por aceitunas, el descanso les animó a continuar. Aún faltaban otros dieciseis largos kms hasta el monasterio.

La simpática mujer gallega que les atendió les recomendó cenar en el Mesón del Gallo, una vez en Samos, según ella famoso por sus ricos churrascos.

Después de saludar a un grupo de andaluces y, de nuevo al grupo de canadienses que llegaba en aquel momento, decididos a continuar, se pusieron en marcha.


Típica construcción celta
Jesús y Michel, orgullosos con sus sombreros de Yosemite y Arizona

El cielo se había ido cerrado por completo amenazando lluvia. Casi sin tiempo a preparar los impermeables y los paraguas comenzó a llover con tremenda intensidad. Jesús se había adelantado decidido mientras que el resto se resguardaba del fuerte chaparrón en una construcción abandonada.


Resguardados del chaparrón

No había cesado aún la lluvia cuando decidieron continuar. Poco después llegarían a Triacastela, villa que mantiene una estructura urbana articulada en función del camino francés,que es su "Rúa Maior".

Eduardo, "el pibe", conversaba con sus amigos cuando Michel, rezagado, se aproximaba al grupo que le esperaba. Ya muy cerca pudo escuchar, divertido, sus graciosos comentarios: "Ya vienen por ahí ..."; "Qué bueno que no vamos hasta el Monasterio de Samos"; "Van a desvelar a los monjes". El "pibe" y sus compañeros tenían intención de quedarse en el el albergue de Triacastela. No llegarían ese día hasta Samos.

Muy divertidos, después de que Jesús se acercara a sellar algunas de las credenciales, los cinco amigos se despidieron y continuaron el camino hasta el centro del pueblo donde pararon en un restaurante para comer. Nada más entrar se desató una tormenta impresionante que podían contemplar tranquilamente mientras comían. Algunos peregrinos, tapados hasta las orejas con sus impermeables, corrían a resguardarse. Cuando terminaron sus correspondientes elixires, la tormenta ya había pasado.

La lluvia había cesado aunque poco después volvería de nuevo a llover, por lo que tuvieron que resguardarse de nuevo en un chamizo esperando a que escampara. Cuando amainó un poco se pusieron de nuevo en marcha.

Un agradable olor a tierra mojada les animaba a continuar. Aunque el paisaje era hermoso, el camino comenzaba a parecerles realmente largo.

Pronto fueron distanciandose hasta perderse de vista. Jesús, Marino y Angel Herrero se habían adelantado. Michel, intentando con gran esfuerzo no perder el ritmo rápido de Angel Rodríguez, sudaba como nunca antes lo había hecho. Después de varios descansos y de algunas cuestas interminables, comenzaron el largo descenso que les llevaría al Monasterio.


Hacia Samos

La vista del Monasterio de San Julián de Samos se presenta majestuosa y espectacular.

Considerado como uno de los más antiguos de occidente (s.VI), su primera comunidad monástica seguía el ideario ascético de los monjes coptos del desierto, reforzada por la regla de San Fructuoso. A fines del siglo VIII, Samos educa al futuro Rey Alfonso II el Casto, en cuyo reinado se descubrió el Sepulcro de Santiago. Con la adopción de la regla de San Benito, en el 960, el monasterio se ocupa especialmente de la hospitalidad a los peregrinos y construye, en el año 1000 la célebre Capilla del Salvador, hoy conocida como "Capilla del Ciprés".

Ya cerca de la entrada Jesús les esperaba sentado en una fuente donde de nuevo hicieron una corta parada. Angel Rodríguez, Marino y Angel Herrero continuaron la marcha mientras Jesús y Michel les seguían poco tiempo después.

Sin saber por dónde era la entrada, Jesús y Michel fueron directamente hacia la portería del Monasterio donde un simpático monje, después de preguntarles su procedencia y cantarles en directo una "jota segoviana de Sepúlveda", les indicó la entrada al refugio situada en la parte posterior del edificio. Al salir de la portería se toparon, un poco sorprendidos, pues las mujeres habían comentado que no llegarían ese día hasta el Monasterio, con Loli y Saray quienes, después de decidir, cambiando sus planes, llegar hasta allí, muy cansadas y con algunas rozaduras debido a las mochilas, entraban en misa.

Por fín, a las 7 de la tarde, entraban en el refugio.El día había sido realmente duro aunque ahora, aun tremendamente fatigados, se sentían muy contentos. Había dejado de llover.

El refugio, una nave amplia aunque muy fría y sombría seguramente por el tremendo grosor de sus muros, se encontraba casi vacío.

Después de preparar sus literas con los sacos de dormir recordando divertidos lo sucedido la pasada noche decidieron darse una reconfortante ducha.

El responsable del refugio rápidamente les había indicado que había poca agua caliente y que, si se daban prisa, podrían después ir a ver a los monjes cantar unos "salmos y laudes". Cuando salían sus amigos con ánimo de escuchar estos "laudes del domingo", Michel aún continuaba en la ducha dando grandes voces pues el agua estaba congelada. Su sorpresa fué mayúscula cuando, aún en las duchas, el reponsable del refugio que ya debía haber regresado de acompañar a sus amigos, le preguntó, a su lado, si el agua estaba aún caliente. Después de vestirse rápidamente salió en busca del grupo, esperándoles en un bar que le había indicado aquel hombre.

Una vez juntos en el bar, le comentarían a Michel que sólo quedaban 13 monjes en el Monasterio y que cantaban "de lujo". Después de unas cervezas se dirigieron al Mesón "El gallo", que horas antes les habían recomendado en Triacastela, con ánimo de cenar y, si fuera posible, ver el partido entre el Depor y el Zaragoza. Los churrascos estaban buenísimos. Sin poder ver el partido, comentando las incidencias del día terminaron la cena.

Después de varios "elixires" de hierbas y alguno blanco de los que Jesús, empeñado en que son los verdaderos y que levantan a un muerto, bebía de un sólo trago sin poder después a veces hablar durante algunos segundos, regresaron al refugio.

Había llegado gente nueva hasta completar aproximadamente la mitad de las literas de la nave. Loli y Saray, agotadas, ya se habían metido en sus sacos aunque aún estaban despiertas. Al día siguiente las perderían de vista pues tenían intención de hacer menos kilómetros.

Una vez en sus literas, alguien buscaba sin éxito el interruptor de la luz para apagarla. Michel y Angel Rodríguez se levantaron para intentarlo. Después de varias vueltas, Angel comprobó que se apagaba desde fuera de la nave. Por fín, satisfechos, regresaron a sus literas.

Durante la cena habían acordado que Marino, con el fín de evitar en lo que se pudiera los ronquidos, empujaría a Michel cada vez que éste comenzara a roncar. Michel contaría como unas quince veces las que Marino le despertó durante aquella noche. Ya llegada la mañana Michel, despierto, detuvo en una ocasión el brazo de Marino que se disponía a empujarle de nuevo. Esta vez era Jesús quien roncaba plácidamente. Tomando la botella de agua, Marino a punto estuvo de echársela a Jesús. Sin embargo se conformó con tirarle el tapón de plástico. Angel tambien roncaba a sus anchas.