Fuente antes del Alto do Poyo
Descanso
Detenidos de nuevo en otra fuente, sintiendo un gran placer por poder
desprenderse de sus pesadas mochilas durante algunos minutos, tomaron
un merecido descanso. Marino y Jesús hacía ya tiempo que habían
desaparecido en aquella ascensión al Alto do Poyo. Cuando los otros
tres amigos decidieron continuar, Angel Herrero olvidaba su gorra de
beisbol. El grupo de canadienses, con marcha cansina, se aproximaba en
aquel momento hacia la fuente. Después de saludarlos, los tres amigos
continuaron su camino.
En silencio, centrados en aquel gran esfuerzo, sudorosos por el calor,
empapadas las camisetas por completo, finalizaron aquella infernal
ascensión que, aunque en realidad no era demasiado larga, les pareció
interminable por lo pronunciado de la cuesta. Arriba, en el Hostal
de Santa María do Poyo, les esperaban Jesús y Marino. De nuevo
aprovecharon para dejar a un lado sus mochilas y tomar unas merecidas
cervezas.
Poco después reanudaban la marcha al mismo tiempo que el grupo de
canadienses, agotados y sudorosos, finalizaban la ascensión y se
quedaban descansando en el Hostal.
Un suave descenso les llevaría hasta Fonfría. Marino, Angel Rodríguez
y Michel, detuvieron su marcha mientras observaban cómo unos ganaderos
conducían un grupo de vacas acompañadas por un tremendo semental que
intentaba furioso relacionarse sexualmente con una de ellas. Absortos,
contemplando con curiosidad la insólita escena, vieron cómo de repente
con un trote veloz, se les echaba encima una joven chotilla con,
aparentemente, no muy buenas intenciones. Rápidamente, aunque con
torpeza debido a las pesadas mochilas, intentaron sin lograrlo subirse
a una valla de piedra para esquivarla. La chotilla dió media vuelta
azuzada por los ganaderos y la cosa no pasó de ahí, excepto que Angel
Rodríguez se había rozado una mano. El susto había sido tremendo.
Ganado vacuno
Casi diez kilómetros después, siguiendo caminos rodeados de hermosas
praderas, separados de nuevo en la distancia, llegarían paulatinamente
a O Biduezo, a cinco o seis kilómetros de Triacastela, donde pararían
por fín, con intención de comer algo y efectuar una nueva I.T.V.
Praderas
Por aquel entonces, Michel, con gran preocupación, había ya detectado
cómo su tobillo izquierdo se le íba hinchando paulatinamente, mientras
que Angel Herrero comprobaba cómo su, al principio, pequeña rozadura
en el dedo meñique de su pié, se había agrandado enormemente.
Aunque sólo tomaron algunas cervezas acompañadas por aceitunas, el
descanso les animó a continuar. Aún faltaban otros dieciseis largos
kms hasta el monasterio.
La simpática mujer gallega que les atendió les recomendó cenar en el
Mesón del Gallo, una vez en Samos, según ella famoso por sus ricos
churrascos.
Después de saludar a un grupo de andaluces y, de nuevo al grupo de
canadienses que llegaba en aquel momento, decididos a continuar, se
pusieron en marcha.
Típica construcción celta
Jesús y Michel, orgullosos con sus sombreros de Yosemite y Arizona
El cielo se había ido cerrado por completo amenazando lluvia. Casi sin
tiempo a preparar los impermeables y los paraguas comenzó a llover con
tremenda intensidad. Jesús se había adelantado decidido mientras que
el resto se resguardaba del fuerte chaparrón en una construcción
abandonada.
Resguardados del chaparrón
No había cesado aún la lluvia cuando decidieron continuar. Poco
después llegarían a Triacastela, villa que mantiene una estructura
urbana articulada en función del camino francés,que es su "Rúa Maior".
Eduardo, "el pibe", conversaba con sus amigos cuando Michel, rezagado,
se aproximaba al grupo que le esperaba. Ya muy cerca pudo escuchar,
divertido, sus graciosos comentarios: "Ya vienen por ahí ...";
"Qué bueno que no vamos hasta el Monasterio de Samos"; "Van a desvelar a los monjes". El "pibe" y sus compañeros tenían intención de
quedarse en el el albergue de Triacastela. No llegarían ese día hasta
Samos.
Muy divertidos, después de que Jesús se acercara a sellar algunas de
las credenciales, los cinco amigos se despidieron y continuaron el
camino hasta el centro del pueblo donde pararon en un restaurante para
comer. Nada más entrar se desató una tormenta impresionante que podían
contemplar tranquilamente mientras comían. Algunos peregrinos, tapados
hasta las orejas con sus impermeables, corrían a resguardarse. Cuando
terminaron sus correspondientes elixires, la tormenta ya había pasado.
La lluvia había cesado aunque poco después volvería de nuevo a llover,
por lo que tuvieron que resguardarse de nuevo en un chamizo esperando
a que escampara. Cuando amainó un poco se pusieron de nuevo
en marcha.
Un agradable olor a tierra mojada les animaba a continuar. Aunque el
paisaje era hermoso, el camino comenzaba a parecerles realmente largo.
Pronto fueron distanciandose hasta perderse de vista. Jesús, Marino y
Angel Herrero se habían adelantado. Michel, intentando con gran
esfuerzo no perder el ritmo rápido de Angel Rodríguez, sudaba como
nunca antes lo había hecho. Después de varios descansos y de algunas
cuestas interminables, comenzaron el largo descenso que les llevaría
al Monasterio.
Hacia Samos
La vista del Monasterio de San Julián de Samos se presenta majestuosa
y espectacular.
Considerado como uno de los más antiguos de occidente (s.VI), su
primera comunidad monástica seguía el ideario ascético de los monjes
coptos del desierto, reforzada por la regla de San Fructuoso. A fines
del siglo VIII, Samos educa al futuro Rey Alfonso II el Casto, en cuyo
reinado se descubrió el Sepulcro de Santiago. Con la adopción de la
regla de San Benito, en el 960, el monasterio se ocupa especialmente
de la hospitalidad a los peregrinos y construye, en el año 1000 la
célebre Capilla del Salvador, hoy conocida como "Capilla del Ciprés".
Ya cerca de la entrada Jesús les esperaba sentado en una fuente donde
de nuevo hicieron una corta parada. Angel Rodríguez, Marino y Angel
Herrero continuaron la marcha mientras Jesús y Michel les seguían poco
tiempo después.
Sin saber por dónde era la entrada, Jesús y Michel fueron directamente
hacia la portería del Monasterio donde un simpático monje, después de
preguntarles su procedencia y cantarles en directo una "jota segoviana
de Sepúlveda", les indicó la entrada al refugio situada en la parte
posterior del edificio. Al salir de la portería se toparon, un poco
sorprendidos, pues las mujeres habían comentado que no llegarían ese
día hasta el Monasterio, con Loli y Saray quienes, después de decidir,
cambiando sus planes, llegar hasta allí, muy cansadas y con algunas
rozaduras debido a las mochilas, entraban en misa.
Por fín, a las 7 de la tarde, entraban en el refugio.El día había sido
realmente duro aunque ahora, aun tremendamente fatigados, se sentían
muy contentos. Había dejado de llover.
El refugio, una nave amplia aunque muy fría y sombría seguramente por
el tremendo grosor de sus muros, se encontraba casi vacío.
Después de
preparar sus literas con los sacos de dormir recordando divertidos lo
sucedido la pasada noche decidieron darse una reconfortante ducha.
El responsable del refugio rápidamente les había indicado que había
poca agua caliente y que, si se daban prisa, podrían después ir a ver
a los monjes cantar unos "salmos y laudes". Cuando salían sus amigos
con ánimo de escuchar estos "laudes del domingo", Michel aún continuaba
en la ducha dando grandes voces pues el agua estaba congelada. Su
sorpresa fué mayúscula cuando, aún en las duchas, el reponsable del
refugio que ya debía haber regresado de acompañar a sus amigos, le
preguntó, a su lado, si el agua estaba aún caliente. Después de
vestirse rápidamente salió en busca del grupo, esperándoles en un bar
que le había indicado aquel hombre.
Una vez juntos en el bar, le comentarían a Michel que sólo quedaban 13 monjes en el Monasterio y que cantaban "de lujo". Después de unas cervezas se dirigieron al Mesón "El gallo", que
horas antes les habían recomendado en Triacastela, con ánimo de cenar
y, si fuera posible, ver el partido entre el Depor y el Zaragoza. Los
churrascos estaban buenísimos. Sin poder ver el partido, comentando
las incidencias del día terminaron la cena.
Después de varios "elixires" de hierbas y alguno blanco de los que
Jesús, empeñado en que son los verdaderos y que levantan a un muerto,
bebía de un sólo trago sin poder después a veces hablar durante
algunos segundos, regresaron al refugio.
Había llegado gente nueva hasta completar aproximadamente la mitad de
las literas de la nave. Loli y Saray, agotadas, ya se habían metido en
sus sacos aunque aún estaban despiertas. Al día siguiente las perderían
de vista pues tenían intención de hacer menos kilómetros.
Una vez en sus literas, alguien buscaba sin éxito el
interruptor de la luz para apagarla. Michel y Angel Rodríguez se
levantaron para intentarlo. Después de varias vueltas, Angel comprobó
que se apagaba desde fuera de la nave. Por fín, satisfechos, regresaron
a sus literas.
Durante la cena habían acordado que Marino, con el fín de evitar en lo
que se pudiera los ronquidos, empujaría a Michel cada vez que éste
comenzara a roncar. Michel contaría como unas quince veces las que
Marino le despertó durante aquella noche. Ya llegada la mañana Michel,
despierto, detuvo en una ocasión el brazo de Marino que se disponía a
empujarle de nuevo. Esta vez era Jesús quien roncaba plácidamente.
Tomando la botella de agua, Marino a punto estuvo de echársela a Jesús.
Sin embargo se conformó con tirarle el tapón de plástico. Angel tambien
roncaba a sus anchas.