Viernes, 14 de mayo de 2010. Nuestro lugar de destino es Muxía, pequeño pueblo
coruñés de unos
5.500, habitantes, que a finales del
año 2002 fue el epicentro uno de los mayores desastres ecológicos que han tenido
lugar en nuestro país: el derrame en el mar de 77.000 toneladas de petróleo por
el petrolero Prestige.
La tragedia generó
una impresionante movilización de
voluntariado que llevó a Galicia a miles de personas procedentes de España y
del resto el mundo, en un gesto de solidaridad con el medio ambiente y con los
pueblos y pescadores perjudicados, para colaborar en las tareas de eliminación
del chapapote y limpieza de las zonas afectadas.
En el año 2003 el
voluntariado del Prestige fue propuesto para el premio Príncipe de Asturias de
la concordia; el galardón se concedió a la escritora británica J.K. Rowling.
Lástima que aquél movimiento espontáneo, anónimo y altruista no tuviera el
reconocimiento oficial que se merecía.
2.- El arranque
Sólo Paco y el que
suscribe decidimos completar el programa del camino 2010 haciendo la etapa
entre Finisterre y Muxía. El resto del grupo - algunos por obligación otros por
cansancio o problemas físicos - deciden retornar a Santiago y pasar allí un fin
de semana de turismo y asueto.
Cuando a las ocho
de la mañana salimos de la
habitación del hotel que habíamos
compartido durante la noche escuchamos los sonoros ronquidos de algún
compañero
al que no le urgía la hora del autobús a Santiago.
Para no perder
tiempo - nos esperaban unos 35 kilómetros de marcha - arrancamos, sin
desayunar, esperando hacerlo en cualquier bar que, sin duda, encontraríamos en
la ruta al poco de iniciar la marcha. La mañana es fresca, con temperatura
ideal para caminar, con amenaza de lluvia y los rayos del sol, abriéndose camino a duras
penas entre las nubes, reverberan sobre la superficie de un mar en calma y
hermoso. El paisaje es bello y reconfortante
La mañana de Finisterre
3.- San Martiño de Duio: otra leyenda del camino
Apenas llevamos
dos kilómetro de marcha cuando llegamos a la localidad de San Martiño de Duio
donde nos encontramos con una pequeña iglesia del siglo XII, de sencilla arquitectura,
y un crucero de interés. En un panel de información turística podemos leer otra
versión de la leyenda de la traslación del cuerpo del Apóstol a España,
recogida por primera vez en la carta Noscat vestra fraternitas (siglo XI),
atribuida al Papa
León III y recogida en el libro III del códice Calixtino.
La leyenda cuenta
las peripecias de los discípulos del apóstol desde que, una vez decapitado por
orden de Herodes Agripa, embarcaron su cuerpo en el puerto palestino de Jaffa, hasta
que, con la ayuda de la Reina Lupa, lograron depositarlo en un sepulcro en la
ciudad de Libredón, actual Santiago de Compostela.
Si estás
interesado en conocer al detalle la leyenda, encontrarás abundantes
informaciones
en Internet; de ellas merece destacarse la publicación de la profesora
Nieves Herrero de la Universidad de Santiago de Compostela en la que
se analizan los vínculos de las localidades de Finisterre y Muxía con la
peregrinación jacobea.
Saliendo de San
Martiño, todavía disfrutamos durante
algunos minutos de un paisaje de intenso verdor, moteado de plantaciones
hortícolas y dispersas porciones de pinares jóvenes con el fondo de la
costa atlántica
y el cielo encapotado; pero enseguida nos adentramos en el interior boscoso
transitando a veces por caminos carreteros y a veces por estrechas
calzadas asfaltadas por las que, alguna vez,
nos cruzamos con algún vehículo.
El estómago nos va
pidiendo refrigerio pero sólo cruzamos o pasamos al lado de aldeas mínimas
(San Salvador, Buxán, Canosa...), en las que no encontramos lugar donde
darle satisfacción.
Es en el kilómetro
14 del camino, tras casi tres horas de marcha cuando llegamos a Lires, primer
núcleo urbano de cierta entidad (algo más de 150 habitantes) y encontramos un
bar restaurante donde reponer fuerzas y cuyo dueño nos hace dos advertencias:
la primera que a poco de pasar el pueblo, el camino atraviesa un vado por el río
Castro, que ahora no puede transitarse por estar muy crecido el río y nos
sugiere una ruta alternativa que nos implicaría alargar nuestra etapa en unos
3 kilómetros ( ya la guía de la ruta nos advertía que el río era difícil de
vadear, salvo en verano);
la segunda, que hasta Muxía no encontraríamos bar o restaurante alguno donde
reponer fuerzas.
Mientras tomamos
un nutritivo y abundante desayuno, recuperándonos del esfuerzo realizado,
deliberamos sobre el camino a seguir. Decidimos comprar unos bocadillos y agua
para el resto del camino y dirigirnos hacia el río para intentar cruzarlo;
si no fuera posible
volveríamos al pueblo y tomaríamos la ruta alternativa.
5.- Cruzando el río Castro
Llegados al río
comprobamos que, efectivamente, había que tener cierto arrojo para vadearlo, y
mientras sopesábamos los riesgos de hacerlo llegó otro peregrino, bastante más
joven que nosotros que sin pensárselo dos veces, se quitó el calzado y los
bajos de los pantalones y cruzó con éxito pisando con cuidado sobre unas anchas
piedras de granito, en su mayor parte sumergidas.
Nosotros no íbamos
a ser menos y para disipar los temores de Paco, me arremangué las
perneras - mis pantalones eran de una sola pieza - y ayudándome de unos
improvisados
bastones, atravesé el río con el único percance de calarme hasta casi las
caderas, por una mala pisada cuando ya estaba casi tocando la orilla.
Fuera ya del río
me convertí en el reportero fotográfico de la travesía de Paco quien remató la
faena en unos tres minutos aproximadamente.
Aparte de la satisfacción
por la hazaña, nos llevamos unos pies bastante aliviados del cansancio del
camino pues las frías aguas del
Castro se convirtieron en el mejor masaje que podíamos imaginar.
Paco cruzando el río Castro
Cruzando el río Castro
6.- El resto de la etapa
Cuatro horas y 20
minutos nos llevó aproximadamente el resto de la etapa. Calculo que
serían unos 18 ó 19 kilómetros, pues dada la deficiente señalización de
esta parte del camino, la ausencia de peregrinos y la práctica inexistencia de
núcleos habitados, sufrimos un par de confusiones y hubimos de retroceder lo
andado.
Pero esto fue una
penalidad menor, pues seguimos disfrutando del bello paisaje, ya en su mayor
parte con un horizonte de mar y cielo - bastante limpio de nubes -, de huellas
interesantes de un pasado algo remoto - como el crucero de Martiquian, o, un
poco más adelante, un hórreo de gran valor -, de una comida totalmente
saludable a base de los bocadillos y el agua adquiridos en Lires, y de un
merecido descanso para afrontar el camino pendiente.
Paisaje
Crucero de Martiquian
Hórreo
Reposando tras la comida
7.- Llegada y alojamiento
Durante la
caminata, Paco me había manifestado su particular deseo de terminar el camino
como un auténtico peregrino, es decir pasando la noche sufriendo las incomodidades
del albergue de turno, así que, al llegar a Muxía, buscamos dicho alojamiento
llegando al mismo a las cinco y media de la tarde.
Para nuestra
sorpresa nos encontramos con un edificio moderno, de diseño vanguardista y
comodidades inusuales ( como sigan haciendo así los nuevos albergues y cobren
tan poco por su utilización, nos van a invadir los guiris para pasar sus
vacaciones en el camino). Sólo tenía un inconveniente que no sería un tema
menor, como luego se verá: había que estar antes de las diez de la noche o te
quedabas fuera. En vista de lo cual nos aseamos con rapidez y salimos a la
ciudad con idea de hacer un poco de turismo y darnos un homenaje.
Exterior del Albergue de Peregrinos de Muxía
Zona de estar del albergue
Dormitorio
8.- Hora y cuarto de turismo por Muxía
No disponíamos de
más tiempo si queríamos estar cenando, para hacerlo con
tranquilidad, a las ocho de la tarde; pero fue lo suficiente para tomarnos un
par de cañas, informarnos del lugar adecuado para degustar algún marisco y
disfrutar de la vista de la ciudad, su paseo marítimo y su puerto. Sólo nos
quedó por ver, lo que es una verdadera pena, un monumento natural que
constituye una de las principales señas de identidad de Muxía:
A pedra de avalar
Paseo marítimo de Muxía
Cementerio
9.- A pedra de abalar
A las ocho menos
cinco entramos en el restaurante recomendado que llevaba por nombre el del
título de este capítulo escrito con apóstrofo y mientras nos preparaban el menú encargado - entrantes
de navajas y santiaguiños y un segundo de bogavante, regados con un albariño de
calidad - charlamos con Hermógenes, vecino de la localidad, quien nos recuerda los
días del chapapote - que había llegado hasta el mismo umbral del restaurante - ,
la angustia del pueblo y el esfuerzo solidario para acabar con él. Si visitas
hoy Muxía, no apreciarás rastro de aquélla tragedia salvo que vayas acompañado
de algún lugareño que te muestre alguna huella, sólo perceptible
por el color.
Fachada del restaurante
Brindando con Hermógenes
Navajas y santiaguiños
El bogavante
Ni que decir tiene
que la cena fue excelente y la degustamos con verdadero placer, pero lo que de
verdad nos dejó un recuerdo que no olvidaremos, fue la sobremesa con Mari
Carmen, la dueña del restaurante quien nos habló de Muxía y, sobre todo de A
pedra de abalar.
Para situar al
lector que lo desconozca, diré que A pedra de abalar (la palabra gallega significa
mover o conducir) es un monumento natural, megalítico, de grandes dimensiones,
a la que se ha asociado un culto cuasi religioso
por atribuírsele cualidades mágicas de carácter adivinatorio, premonitorio
(hay quien cree que predijo la catástrofe del Prestige) o, incluso, como
instrumento para probar la culpabilidad o inocencia de una persona, mensajes
que transmite mediante mínimos movimientos u oscilaciones. Conocer más sobre
este monumento tiene su interés por lo que facilito una
dirección web:
Mari Carmen es una
empresaria de la hostelería quien, junto a su marido y su hijo, regenta un
pequeño restaurante situado muy céntricamente en el paseo marítimo y otro,
en las afueras del pueblo, de gran
capacidad para la celebración de banquetes. De que el producto que sirve es de
primera calidad dan fe (aparte de Paco y
un servidor) las fotos de personajes ilustres que cuelgan de las paredes,
entre
otras las de los reyes de España (también se encuentra enmarcada la noticia de
un diario gallego según la cual “el rey celebró allí su santo con una comida
para 250 comensales, cuando viajó en un pesquero desde Camariñas a Muxía para
conocer el estado de la costa”)
Mari Carmen nos
habló largo rato de Muxía, de sus playas, de sus campos, sus monumentos y sobre
todo de A Pedra de Abalar, de sus propiedades, en las que ella creía, y de sus vivencias
con la misma y, de forma natural, nos transmitía un entusiasmo y emoción que
sólo podía ser fruto
del gran amor que sentía por su pueblo.
No sé qué hora nos hubiera dado escuchando
sus explicaciones y relatos si no hubiésemos tenido que despedirnos a las
diez menos diez para acudir al albergue. Por nosotros hubiéramos continuado
hasta la
hora del autobús - seis treinta de la mañana - que nos conduciría a Santiago
al día siguiente para unirnos a nuestros compañeros.
¡Hay que volver a
Muxía y comer con Mari Carmen en a Pedra d' Abalar!