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CAMINO DE SANTIAGO JUNIO 2009

UN CAMINO DIFERENTE
Por José María

1.- Introducción

Uno de los deportes que practico, no el favorito, pero del que también disfruto durante la primavera y el verano, es el ciclismo de montaña. Josemi, compañero de ruta en bastantes fines de semana, me había hablado en alguna ocasión de un nebuloso proyecto de hacer el camino en bicicleta, si alguna vez decidía ponerse en condiciones para ello, perdiendo unos cuantos kilos y comprando una bicicleta nueva; desde el primer momento le manifesté mi intención de acompañarle si decidía hacer realidad el proyecto. La ocasión se presentó este año de la mano de su amigo Fernando – joven y deportista de mountain–bike de primer nivel – que, desde hace algún tiempo, ya tenía decidido marchar en bicicleta desde Sevilla hasta Santiago de Compostela, durante la primera semana de junio, y que le venía animando a incorporarse a la marcha en algún punto del trayecto. Cumplidos los requerimientos necesarios, Fernando inició su andadura en Sevilla el día 31 de mayo, Josemi se le unió el día 6 de junio en Salamanca y yo lo hice al día siguiente, domingo 7, en Zamora. La narración que sigue sobre esta experiencia se refiere al trayecto que hicimos conjuntamente desde la última ciudad citada.


Fernando, con su novia y su hermana, ante el pórtico de
la catedral de Sevilla, antes de reiniciar el camino


Josemi se une a Fernando en la plaza mayor de Salamanca

2.- El Camino Sanabrés de la vía de la plata

Para situar el escenario de nuestra aventura, diré que ésta transcurrió, casi en su totalidad, por el denominado camino sanabrés de la vía de la plata. Por lo que me he informado, la Vía de la Plata es una antigua vía de comunicación romana que atraviesa, de sur a norte, parte del oeste de España, desde Mérida hasta Astorga. A partir de este hecho cierto, se han creado rutas, a las que se les ha denominado de la plata, que, partiendo de Sevilla, finalizan en Gijón o en el propio Santiago de Compostela, hecho que ha sido y sigue siendo motivo de polémica, por cuando vienen a adulterar lo que podríamos llamar la denominación de origen de la vía.

Pero, polémicas aparte, lo cierto es que la vía de la Plata pasa por Zamora y desde allí continúa hasta Astorga pasando por Benavente y, un poco antes, por un pueblecito llamado Granja de Moreruela. Pues bien, en este pequeño pueblo, de unos 300 habitantes, se inicia el Camino de Santiago Sanabrés, también denominado mozárabe,  que conducía hacia la tumba del apóstol  de la mano de la vía de la plata y que también servía de ruta para las romerías y peregrinaciones  hacia diversos monasterios que surgieron tras la repoblación mozárabe en la provincia de Zamora. Más información sobre este camino la puedes encontrar en la siguiente web:

http://caminodesantiago.consumer.es/los-caminos-de-santiago/sanabres/

En casi todos los pueblos que atraviesa el camino por la provincia de Zamora, se pueden encontrar lápidas con textos alusivos al mismo, de contenido religioso, moral o humanístico, instaladas por la Fundación Ramos Castro.


Plano del tramo del camino sanabrés que transcurre por la provincia de Zamora


Lápida instalada por la Fundación Ramos Castro en
la Localidad de San  Salvador de Palazuelo

Este camino, al igual que el francés, esta muy bien señalizado – sólo para peregrinos de a pie - , cuenta con una aceptable infraestructura de albergues y transcurre por parajes naturales de gran belleza. El número de peregrinos que lo transita es muy inferior al del francés por lo que no hay problema de alojamiento en los albergues. En mi opinión, es un camino con bastante futuro.

3.- Etapa prólogo

Permítaseme la licencia, un poco atrevida, de explicar en este punto la preparación previa que llevé a cabo, entre los días 6 y 13 de mayo, haciendo a pie parte del camino francés, entre Astorga y Melide - sólo 208 kilómetros -  junto al grupo de peregrinos segovianos Angel, Primi, Paco, Luis Martín y Luis Barrio. Yo creo que alguno de los compañeros de viaje que completaron el camino hasta Santiago y se permitieron además una excursión en taxi a Finisterre, escribirá la crónica correspondiente, por lo que me voy a limitar a hacer algunas observaciones o contar alguna anécdota menor.

Por lo que a mi se refiere, las tres primeras etapas, entre Astorga y Villafranca del Bierzo me permitieron completar el tramo del camino Francés que me faltaba por andar, conociendo así lugares tan emblemáticos como Foncebadón y La Cruz de Hierro o poblaciones tan bellas como Molinaseca.

Las principales novedades del camino 2009 fueron la ausencia de Michel, a quien echamos de menos, y la presencia de Jesús quien, ansioso de vivir la experiencia, se acondicionó una señora furgoneta, con colchón de 1,50 y sofá de tres plazas incluidos, y nos acompañó a lo largo del trayecto ocupándose con el mejor empeño, en los ratos libres  - en los ocupados gestionaba sus negocios a golpe de teléfono y ordenador portátil - de la logística propia de estos casos, tales como localización de buenos alojamientos, mejores restaurantes, traslado de lesionados, alivio del peso de la mochila en los casos de fatiga severa, etc.

Desgraciadamente, las lesiones tuvieron su protagonismo. A Luis Barrio un lumbago lo dejó literalmente tumbado en Molinaseca, tras recorrer solo 45 kilómetros, ofreciéndosele a Jesús la primera ocasión de ayudar al peregrino cosa que hizo trasladándolo a Ponferrada, donde tomaría el autobús de regreso a casa. Otro que pasó un par de días malos fue Paco que sufrió una hinchazón de pies tan respetable, que no le permitía utilizar calzado de marcha. Anduvo un poco torpe en el remedio, pues, atribuyéndolo a un ataque de gota,  tardó 24 horas en probar con ibuprofeno, medicamento que inmediatamente comenzó a surtir efecto. Gracias a la furgoneta de Jesús pudo seguir acompañándonos mientras duró la hinchazón y reanudar el camino cuando ésta se redujo. Y es que los años no perdonan, como me dijo Máximo, cuando le conté estos pequeños problemas. Menos justificable me pareció la utilización (escasa ciertamente) de la furgoneta por algún otro peregrino – no voy a dar nombres para no liarla – pretextando males menores. A mi me tocó visitar dos establecimientos sanitarios por culpa de un quiste en la mejilla sin otros efectos destacables que los estéticos derivados del apósito que tuve que utilizar durante los tres últimos días.

Y, como el resto de los años, disfrutamos de buenas compañías (mención especial quiero hacer de la alemana Sabine que cambió durante un mes las rutas transoceánicas a bordo de los aviones de Lufthansa por los agrestes senderos del camino), redujimos adecuadamente los stocks de cerveza de los bares en ruta,  y algunos incluso perdimos todas las partidas de mus que jugamos, lo que no deja de constituir otro record.


Paco acomodado en la furgoneta de Jesús a la salida de O Cebreiro


La alemana Sabine con el autor de este reportaje

4.- Primera etapa.- Domingo 7 de junio: De Zamora a Tábara (67,8 km)

A las once de la mañana, en la puerta de la catedral de Zamora me uno a mis compañeros de viaje quienes, a esas horas, ya llevaban recorridos 32 kilómetros desde la localidad de El Cubo del Vino. Tras desayunar – o  almorzar como lo llaman por las tierras de Segovia – a la salida de la ciudad, seguimos ruta, a buena marcha, por caminos de tierra llanos y fáciles haciendo una primera parada, para reponer líquidos,  en la localidad de Montamarta (km. 19,7), yendo a descansar, sin pretenderlo, al lado de un pequeño monumento al zangarrón, personaje protagonista de unas de las más ancestrales y populares fiestas tradicionales castellanas.


Josemi, Chema y el madrileño Donato – nos acompañó algunos días - ante el monumento a Zangarrón

Continuamos camino con un paisaje  típico del páramo castellano, llano y poco arbolado, pero que, no tardando, empieza a transformarse con novedades tan interesantes como el embalse se Ricobayo, construido durante la dictadura de Primo de Ribera, o las ruinas de Castrotorafe, - declaradas monumento nacional - , vestigio de lo que, en la edad media, llegó a ser una de las más importantes villas zamoranas debido a su enclave de gran valor estratégico al poseer un puente sobre el río Esla, nexo de unión en la época entre Castilla y Galicia.

Son ya las tres de la tarde cuando llegamos a Granja de Moreruela (km. 42,7), punto de inicio del camino sanabrés. Comemos el menú del peregrino en un establecimiento que, además de bar restaurante, tiene albergue privado, dos de cuyas literas sirven a Fernando y Josemi para dormir una señora siesta, mientras yo veo la final del torneo de tenis de Roland Garrós.

Debidamente recuperados, la marcha vespertina continúa tranquila hasta llegar a un enclave, tras cruzar un puente sobre el río Esla, donde las marcas del camino dirigen al peregrino por un camino intransitable para ciclistas. Paramos a un automovilista quien nos informa de la imposibilidad de transitar el camino en bici. Fernando, enemigo acérrimo del asfalto, no se convence de ello hasta no hacer una exploración de no menos de 300 metros. La decisión final de continuar por la carretera provincial ZA-123, para hacer los 21 kilómetros que nos faltaban hasta el punto de destino, resultó totalmente acertada, porque enseguida la amenaza de lluvia se hizo realidad  y hubo que reparar, bajo la misma, un pinchazo de Josemi – el tercero desde que comenzó el camino el día anterior en Salamanca -.

Ya en Tábara (km.67,8), nos alojamos en el albergue, ubicado en las afueras y bastante decente, y, una vez duchados, nos dirigimos al centro del pueblo y damos cuenta de una cena abundante en el restaurante de una casa rural. En el paseo por la localidad, de unos mil habitantes, bajo una lluvia suave, nos encontramos – otra sorpresa – con un monumento a León Felipe, poeta español de la generación del 27, nacido en dicho pueblo en 1884, y muerto en el exilio de México en 1968. En recuerdo de este gran poeta reproduzco aquí uno de sus poemas:

Luz……
Cuando mis lágrimas te alcancen
La función de mis ojos
Ya no será llorar,
Sino ver.


Monumento a León Felipe en la localidad
zamorana de Tábara

5.- Segunda etapa.- Lunes 8 de junio: De Tábara a Mombuey (59,5 km)

El día amanece con lluvia suave y persistente y no tenemos más remedio que iniciar la marcha bajo la misma. El camino es bueno salvo en un tramo con firme de arcilla, que, con la lluvia, se convierte en un barrizal tan pegajoso que hace imposible el pedaleo, al dejar atascadas las ruedas. Una parte de dicho tramo es cuesta arriba y no queda más remedio que arrastrar las bicicletas. Afortunadamente, el firme vuelve a mejorar y las nubes van diluyéndose poco a poco, de forma que al llegar a Santa Croya de Tera ( km.21,7) ya ha dejado de llover. Pero pasado el pueblo vienen nuevas dificultades - nuevo pinchazo de Josemi y rotura de cadena de Fernando – que son superadas rápidamente, ya bajo el sol, por la destreza de Fernando como mecánico.


Fernando y Josemi reparan el cuarto pinchazo de éste
desde que empezó el camino

Unas pocas pedaladas más y llegamos a Santa Marta de Tera (km. 23,2) - donde se esta celebrando un mercadillo -, hacemos acopio de bebida en la primera tienda que encontramos, y buscamos un bar para almorzar. La dueña del establecimiento nos dice que no puede ofrecernos nada para comer, sino sólo bebidas  y nos sugiere que retornemos a la tienda para comprar lo que necesitemos, de lo que se ocupa Josemi; al poco de regresar éste con una barra de pan y dos piezas de chorizo, comienzan a entrar clientes en el bar y la dueña, ante nuestro asombro, saca una fuente con una enorme y humeante tortilla de patatas y otras dos mas de pinchos variados. Fuimos comprensivos con la hostelera quien, sin duda, al vernos entrar adivinó en nuestras caras el riesgo de que termináramos con las viandas que amorosamente había preparado para sus clientes habituales que al fin y al cabo son quienes le mantienen el negocio y no tres peregrinos muertos de hambre que vaya usted a saber qué carajo se les había perdido por allí.

Del pueblo de Santa Marta de Tera conviene decir que en la portada de la Iglesia de Santa María está situada la figura más antigua conocida de Santiago con indumentaria de peregrino, del siglo XII, que se ha convertido en el símbolo del camino sanabrés: lleva un zurrón decorado con una concha y un cayado en la mano derecha mientras su mano izquierda exhibe la palma a modo de saludo.


Estatua de Santiago peregrino en Santa Marta de Tera

Terminado el almuerzo, limpiamos a fondo el barro de las bicicletas y continuamos el camino  por la vega del río Tera, con trazado llano y entre arbolado, sin apenas dificultades hasta llegar al embalse de Nuestra Señora de Argavanzal, donde se estrecha entre una vegetación espesa, viéndonos obligados Josemi y yo a bajarnos de la bicis y arrastrarlas a lo largo de un tramo de aproximadamente medio kilómetro.


Josemi y Fernando junto al pantano de Argavanzal

Hacemos la comida en Rionegro del Puente (km. 50,1), la reposamos y continuamos marcha hasta el final de etapa en Mombuey. Los 9,4 kilómetros que nos restan se nos hacen eternos y durísimos debido al fuerte viento frontal que sopla. Llegados al pueblo, vemos peligrar el descanso nocturno pues el único hotel abierto está completo y el albergue municipal carece de literas por haber sido utilizado como lugar de votación  en las elecciones al parlamento europeo celebradas el día anterior. Dispuestos a dormir en el suelo, nos instalamos en el mismo, compramos y deglutimos unas ligeras viandas como merienda, nos aseamos y nos encomendamos a la autoridad municipal que, afortunadamente, a eso de las ocho de la tarde hizo acto de presencia por medio del teniente de alcalde y dos vecinos quienes retiraron la cabina para el voto secreto y trajeron e instalaron las literas retiradas dos días antes. El albergue de Mombuey se ha habilitado acondicionando una antigua  y pequeña casa de piedra  y resulta acogedor y además limpio gracias, sin duda al buen trabajo y consejos de la encargada de la limpieza, Angelines.


Mensaje de Angelines a los peregrinos en el albergue de Mombuey

De la población de Mombuey , de poco más de 400 habitantes, merece destacarse la Iglesia parroquial que, por la singularidad de su torre, está declarada monumento nacional

6.- Tercera etapa.- martes 9 de junio: De Mombuey a Lubián (61Km)

El trayecto hasta Puebla de Sanabria, la localidad más relevante de la etapa del día, resulta agradable, bajo un cielo gris, con una temperatura templada y un paisaje natural rico en vegetación, y sólo un nuevo pinchazo de Josemi enturbia  el recorrido de los primeros 31,5 kilómetros. Ya habíamos llegado a la conclusión de que a su flamante nueva bicicleta le habían encasquetado cubiertas de todo a cien, así que la primera tarea al llegar a Puebla fue comprar nuevas cubiertas, y, tras tomar un ligero almuerzo,  sustituir las antiguas, tarea que nos costó algunos kilómetros de propina al tener que buscar una gasolinera con compresor.

Continuamos pedaleando por el camino hasta uno poco antes de Requejo de Sanabria (km.42,9), donde Josemi y yo nos separamos de Fernando para subir el puerto del Padornelo por la carretera nacional 525. La ascensión de los aproximadamente 11,5 kilómetros del puerto no se hace dura en absoluto pues la pendiente es suave, el firme de la carretera bueno y apenas hay tráfico ya que casi todo transcurre por la paralela A-52.

Superado el puerto, tomamos la carretera provincial ZA-106 que, en sólo 6,5 kilómetros nos conduce a nuestra meta del día, Lubián, pequeña localidad lindante ya con la provincia de Orense, de indudable interés por el núcleo urbano con construcciones de piedra, el entorno paisajístico y peculiaridades arquitectónicas tan notables – que no pudimos visitar - como el castro prerromano de las Muradellas y el cortello de los lobos. Apenas nos hemos instalado en el albergue comienza a llover y pasamos el resto de la tarde tomando unas cervezas en el único bar del pueblo mientras contemplamos, a medias, el partido de fútbol amistoso entre España y Azerbaiyán. Poco antes del las ocho, hora a la que tenía anunciada su visita la hospitalera, nos aprovisionamos de viandas - con fabada como componente principal - en una tienda  y regresamos al albergue por la desierta calle principal del pueblo bajo una lluvia persistente.

Cuando llegamos, la hospitalera, acompañada de su marido,  ya estaba presta a marcharse, pero al vernos se queda a charlar un rato con nosotros – el resto de los peregrinos son todos extranjeros, alemanes en su mayoría - , dándonos consejos útiles para la etapa del día siguiente. Antes y después de cenar en el espacio habilitado para ello en el albergue  – la mitad de la planta baja estando la otra mitad ocupada por literas - tuvimos ocasión de comprobar el peculiar carácter de un peregrino alemán: antes, por resistirse a prestarnos una silla que tenía ocupada para colocar su ropa, y que nosotros necesitábamos para sentarnos, por entender que ya era pasada la hora de la cena; y nada más de terminar recordándonos que debíamos limpiar la mesa y fregar los utensilios de cocina. Nos tragamos nuestro orgullo ante su impertinencia, que tampoco gustó a algún compañero de su nacionalidad, y tuvimos la fiesta en paz; dejamos todo limpio como una patena y, todavía con luz del día, y bajo el arrullo de los ronquidos en el interior y el suave murmullo de la lluvia en el exterior nos dirigimos a nuestras literas e intentamos conciliar el sueño.

7.- Cuarta etapa.- miércoles 19 de junio: De Lubián a A Gudiña (27 km)

Amanece el día lloviendo con suavidad, pero no hace viento y la temperatura parece suave. Nos toca subir, el puerto de la Canda y lo hacemos Josemi y yo, siguiendo el consejo del marido de la hospitalera, por la carretera provincial Za-106, cuya pendiente suave y el paso por los pequeños pueblos de Chanos y la Herradas compensa los dos o tres kilómetros de más respecto da la carretera nacional. La subida se nos hace fácil y llevadera pero a poco de iniciar el descenso cambia el panorama. Arrecia la lluvia, el viento golpea de cara y el frío empieza a aterirnos las manos. Nos quedan aproximadamente doce kilómetros para llegar a A Gudiña, donde habíamos quedado con Fernando, cuando Josemi me dice que no puede más y que se va a parar en el primer bar de carretera que encuentre. No consigo convencerle de que no merece la pena recuperarse un poco para luego volver a lo mismo.

En el cruce con una carretera que conduce a Portugal, Josemi se para y yo continúo camino de A Gudiña, a donde llego completamente calado y sin apenas sentir las manos por el intenso frío. Localizo un bar donde intento recuperarme a base de un café bien caliente y cargado de coñac, mientras espero la llegada de mis compañeros. Lo hacen al cabo de tres cuartos de hora Josemi y una hora y media Fernando quien llega ligeramente tocado, pues a las inclemencias del tiempo debió añadir la dureza de su particular camino. Ya repuestos deliberamos sobre lo que procede hacer: parece que por la tarde mejorará el tiempo así que intentamos reservar alojamiento en Campobecerros, 20 kilómetros más adelante, pero no tenemos éxito y no nos queda otra alternativa que quedarnos en el pueblo.

A Gudiña es una población de poco más de 1500 habitantes, de interesante arquitectura popular a base de granito, por cuyo centro transcurre la nacional-525. Hasta la construcción de la autovía A-52 tuvo bastante vitalidad por ser el núcleo de población más importante entre Puebla de Sanabria y Verín, y todavía dispone de una oferta abundante de servicios: hoteles, tiendas, restaurantes, gasolineras, etc. Elegimos el hotel que nos aconsejaron en el bar de llegada, nos instalamos, duchamos, ponemos la ropa a secar – el establecimiento tuvo el detalle de encender la calefacción para contribuir al objetivo - y retornamos al bar donde comimos una buena ración de pulpo elaborada en una de las varias pulperías ambulantes que aquél día se instalaron en la calle principal del pueblo.


Calle de A Gudiña

Siesta y paseo por la tarde para hacer méritos para degustar por la noche un chuletón de ternera en el restaurante “El Churrasco de Oro” que nos habían recomendado encarecidamente: “Vienen expresamente de Madrid a comer aquí” nos dijeron. Si no lo vemos, no lo creemos: excelente calidad de carne cortada según el peso elegido por el cliente, asada en una barbacoa situada en el centro del establecimiento, vino de crianza casi a precio de coste, postres igualmente baratos y todo ello servido por una simpática camarera portuguesa (compruebe el lector en la foto adjunta si también es guapa). Tan a gusto estábamos que nos quedamos allí a tomar una copa. Al pagar no salíamos de nuestro asombro. Entre los tres más o menos lo que pagaría una persona por una comida similar en un restaurante de nivel en Segovia. Me creo que vaya gente de Madrid a comer expresamente en este restaurante que, a pesar de ser un miércoles, se encontraba bastante concurrido, en buena parte por hombres jóvenes, solos o en pareja, sin duda, camioneros que conocen los sitios donde merece la pena parar.


Fernando y Josemi satisfechos por la comida y la compañía de
la camarera portuguesa de “El churrasco de oro”

8.- Quinta etapa.- jueves 11 de junio: de A Gudiña a Ourense (89,3 km.)

Mereció la pena quedarse en A Gudiña el día anterior y no solo por la cena comentada sino por el  tiempo y los paisajes de que pudimos disfrutar en este. Amaneció ya soleado, con algunas nubes bajas y tenues que rápidamente se fueron diluyendo. Aprovechando que al lado del hotel había una gasolinera con lavado a presión dejamos las bicicletas relucientes y bien engrasadas en consonancia con el día que se presentaba. La mañana estaba fresca pero enseguida pudimos desprendernos de las prendas de abrigo con que iniciamos el viaje.

El paisaje por el que transcurre el camino en estas tierras de Orense es magnífico,  especialmente en el tramo que va desde las localidades de Campobecerros (km. 19,8) a Laza (km. 34,2), con vistas espectaculares a los Montes de Invernadoiro, el embalse das Portas y las Sierras de Queixa y San Mamede. En algunos tramos de bajada tuve que aminorar fuertemente la marcha porque los precipicios que se iniciaban al borde del camino me producían una sensación del vértigo que tenía que ir dominando. Desde la etapa del camino francés entre Saint Jean Pied de Port y Roncesvalles, no recordaba yo paisajes del camino tan bellos.


Josemi y Chema con el embalse das Portas al fondo

En Laza, Josemi y yo debemos de nuevo abandonar el camino y tomar la carretera provincial OU-113 que lleva, por un larguísimo puerto, hasta la pequeña localidad de La Albeguería (km. 46,2), donde Josemi, por llegar completamente deshidratado, según su propia expresión, casi agota las existencia de Aquarius del único bar de la localidad además de secar la fuente pública. Cuando llega, Fernando, decidimos continuar antes de comer hasta Villar Do Barrio (km.53,4). Dada la paliza que llevamos encima Josemi y yo decidimos, aunque es cuesta abajo, seguir por la carretera provincial mencionada. Comemos en Villar do Barrio y descansamos, Fernando con siesta incluida, en un pequeño parque en el centro del pueblo.


Fernando duerme la siesta en un parque de Villar do Barrio

Aproximadamente a las cinco, continuamos, los tres por el camino, a ratos con buen firme y otros, por sendas angostas y con pendiente pronunciada,  rumbo a Xunqueira de Ambía (km. 67), donde volvemos a separarnos para hacer Josemi y yo, por carretera, los 22,3 km que restan hasta Ourense. Son aproximadamente las 20,30 cuando llegamos y aun nos queda esperar, tomando unas cervezas, casi una hora hasta que lo hace Fernando. La paliza acumulada durante el día es apañada por lo que nos alojamos en un hotel en el Centro de Orense y son ya casi las once de la noche cuando salimos a cenar de vinos y tapas por el barrio antiguo de la ciudad que ofrece un aspecto envidiable por la belleza de sus calles peatonales y monumentos y la enorme cantidad de gente que llena los bares y sus terrazas. Con un coste algo mayor que el día anterior, también nos habíamos quedado a gusto cuando decidimos regresar al hotel a descansar.


Fernando y Josemi entre Villar do Barrio y Xunqueira

No voy a cerrar la crónica de este día sin citar la calidad de dos modernos albergues – que visitamos sin alojarnos - construidos en las localidades de Laza y Xunqueira de Ambía, de diseño moderno y con amplios espacios para servicios comunes (cocinas, sala de descanso o lectura, patio interior, guardabicicletas, establo para caballerías…). Algún día todos los albergues del camino serán así.

9.- Sexta etapa.- Viernes 12 de junio: De Ourense a A Laxe (60,1 km.)

Tras abandonar el casco urbano de Orense, el camino inicia una fortísima pendiente que dura hasta el kilómetro 12,7. Hay un tramo especialmente duro – no sabría decir de cuantos kilómetros, pero se me hizo eterno - que, aunque asfaltado, tengo que subir a pié arrastrando la bicicleta. Tras de mi Josemi optó por esta fórmula bastante antes que yo. Por este tramo nos acompaña un rosario de ciclistas portugueses de distintas edades, de los que los mas mayores también tienen  que subir a pié. En lo alto de puerto el grupo jalea con bravos y vivas a los peregrinos que vamos coronando.

Todavía nos quedan 10 kilómetros, por caminos angostos en su mayor parte, para llegar a Cea (km. 22,5), donde Josemi y yo decidimos que, por este año, se acabaron los caminos de cabras – perdón de peregrinos – y continuamos ruta por la N-525, en esta zona ya con bastante tráfico y en continua subida hasta el Alto de Santo Domingo, donde tuvimos una amena – que no excelente - comida acompañados de tres ciclistas sevillanos, que hacían la ruta del camino completa desde Sevilla  y con los que ya habíamos coincidido en diversos puntos.

Tras la comida sólo nos restaban 14 kilómetros, todos cuesta abajo para llegar, a las 17,30 aproximadamente, a A Laxe, pequeña localidad perteneciente al concello de Lalín donde se ha construido un moderno albergue en el que encontramos alojamiento. Desde allí llamamos a Fernando para informarle del lugar donde habíamos decidido pasar la noche y nos indicó de que se había perdido y que no tardaría menos de dos horas en llegar.

Al entrar en el albergue por una puerta abierta en un muro de piedra de pizarra, que en nada preludia el contenido interior, el peregrino se queda impactado por las alturas, los espacios libres, las vigas de madera y los amplios ventanales. Victoria, la señora encargada del mismo lo nota enseguida y le informa de que el edificio ha recibido un premio de arquitectura. Buscando en Internet he encontrado, en la Voz de Galicia del 13 de agosto de 2005 la siguiente noticia: “El albergue de A Laxe recibía el pasado mes de abril un premio de arquitectura  por la modernidad y la complejidad de sus instalaciones, mención que le fue concedida a las mejores obras gallegas del último bienio. El edificio es el resultado de la rehabilitación de dos antiguos inmuebles que cedió el concejo, ahora transformados en un moderno albergue donde la piedra y la madera son las principales protagonistas. Es un edificio espectacular y así lo reconocen todos los arquitectos que llegan aquí de peregrinos, explica Victoria Novoa. Además de posada para peregrinos funciona como centro social y local de ocio para mayores de la zona  y durante los meses de invierno el concello habilita algunas habitaciones para impartir clase a niños. También los minusválidos de la asociación Amideza reciben clase de cocina entre estas paredes”.

Mi reconocimiento al arquitecto que diseñara el edificio, cuya identidad desconozco, aunque tal reconocimiento habría sido mayor si hubiera guardado un poco de imaginación – aunque yo creo que sólo hacía falta un poco de sentido común - para diseñar, en los servicios, la distribución de las duchas, la colocación de las mamparas y la pendiente del suelo. Así habría evitado que toda la zona de servicios quedase inundada tras ducharse los peregrinos, a pesar de la escasa ocupación del día en que nos alojamos.

Fernando llegó agotado dos horas más tarde. Tras ducharse cenamos un frugal menú del peregrino en un modesto restaurante al borde de la carretera y nos acostamos antes de las diez. La hospitalera no daba más margen. Ni Michel hubiera podido con ella.


Albergue de Peregrinos de A Laxe, cerca de Lalín

10.- Séptima etapa.- Sábado 13 de junio: De A Laxe a Santiago (48,9 km.)

Bastante recuperados del cansancio acumulado, hubiéramos podido disfrutar junto a Fernando de una excelente jornada, si no hubiera sido por la urgencia de asegurarnos el modo de regreso a Segovia. Debido a la incertidumbre sobre la fecha de llegada a Santiago – por eso de las averías, el tiempo, etc. -, no habíamos gestionado la compra de los billetes de vuelta, si bien nuestro plan era viajar el domingo 14 a Segovia en un Talgo con salida a las 14 horas y llegada a las 20,30, enviando las bicicletas por una empresa de transporte urgente. Al pasar por la estación de ferrocarril de Orense el día anterior nos encontramos con que no había plaza alguna disponible en el tren a Segovia. A través de una compañera, Fernando indagó otras formas de retorno con el resultado de que las plazas disponibles en autobuses a Madrid o Valladolid eran ya escasas y a horas poco convenientes. Urgidos por la necesidad de asegurar el retorno, a las ocho de la mañana, sin desayunar, por no estar abierto el bar de carretera donde cenamos la noche anterior, Josemi y yo despedimos a Fernando e iniciamos la marcha a buen ritmo, por la N-525, con destino a Santiago. Desayunamos en Silleda (km.9,1) y en torno a las doce llegamos a la estación de autobuses, donde adquirimos, tras algunas deliberaciones, los billetes de retorno, con trasporte de bicicletas incluido,  a Valladolid para las ocho de la mañana del día siguiente.

Liberados ya de esta preocupación, nos dirigimos al centro de Santiago, donde el ambiente era espectacular, por la gran cantidad de peregrinos que pululaban por el entorno de la catedral  con un día de sol radiante y nos sentamos en una terraza de la plaza Fonseca a esperar, tomando unas cervezas, la llegada de Fernando, que se produce en torno a la una. Reunidos los tres peregrinos, solucionamos, no sin numerosas gestiones telefónicas, la cuestión del hospedaje en una pensión bastante modesta, y tras ducharnos, nos dirigimos a recoger la compostelana. Vista la cola de peregrinos que espera para tal fin, renuncio al objetivo – ya tengo en casa más de una -  y decido esperar a mis compañeros tomando alguna cerveza más en la plaza Fonseca. Tuve tiempo para unas cuantas pues la espera se prolongó nada menos que ochenta minutos. Inconvenientes de la fecha y hora punta.


Josemi y Fernando celebran el fin del viaje frente a la catedral

Siguen unos ligeros pinchos, la siesta reparadora – para Josemi y Fernando, yo me doy un paseo - , compras, turismo por la ciudad y, en torno a las nueve de la noche, homenaje en un céntrico y excelente restaurante que yo por la tarde me había ocupado de seleccionar. La cena fue, desde luego, excelente, pero a punto estuvimos de salir completamente afeitados y desplumados del establecimiento. Pero bueno… el esfuerzo de los siete días pasados, bien se lo merecía.

Continuamos el homenaje por los bares de copas de la noche santiaguina, en los que apenas cabía un alfiler; nada que ver con lo que nos encontramos en el mes de mayo; en el tercero, logramos sentarnos y yo, al cabo de un rato - son las dos y media de la madrugada - , me levanto de la silla e intento moverme de pié. ¿Qué te pasa Chema?, preguntan mis compañeros. Que si sigo sentado, me duermo. Compadecidos, me dan permiso para largarme a la pensión. Caigo en la cama y duermo como un lirón – no me entero de la llegada de mis compañeros – hasta  las siete de la mañana del domingo 14 de junio. Mis compañeros no me dicen a qué hora llegaron pero me aseguran que la ginebra tomada en la madrugada era de excelente calidad, pues no tenían ni rastro de dolor de cabeza.


En el intermedio de la cena homenaje

Nada menos que doce horas nos faltaban para llegar a Segovia en un viaje interminable en autobús por rutas enrevesadas y con  infinidad de paradas. Alguna que otra cabezadita, estirada de piernas en las paradas de mayor duración y toma de algún que otro refrigerio en los bares de las estaciones, contribuyeron a hacer menos penosa la jornada.

A las siete de la tarde, con la rueda delantera pinchada - me di cuenta de ello en la estación de Valladolid -  pero todavía con aire suficiente, cruzo la calle Fernandez Ladreda, con dirección a mi casa, pensando que el esfuerzo había merecido la pena.

                                                                                                          Segovia, septiembre de 2009